María Josefa Amalia Sofía Iaconis nació el 18 de noviembre de 1867, en el sur de Italia: en Casino de Calabria -hoy Castelsilano-, provincia de Catanzaro y diócesis de Cariati. Era hija de María Antonia Spina y de Luis Antonio Iaconis.
En 1849, había nacido una hermanastra de su madre, María Fabiano, que sería la futura fundadora, en el pueblo natal, de la congregación Hermanas de caridad, Hijas de la Inmaculada, de la cual derivaría la fundación de la Madre Iaconis en la Argentina.
Desde pequeña, Sofía participaba en todas las actividades apostólicas infantiles organizadas por su tía. El tiempo fue afirmando en ella, el amor y la admiración por las Hijas de la Inmaculada. A los 19 años, vistió como novicia el hábito y recibió el nombre de sor María Eufrasia. En 1887, se trasladó a Roma. No le resultó fácil ese comienzo, donde pronto le tocó asumir tareas de responsabilidad, entre ellas, la de ser Superiora local. Fue activa protagonista en los trabajos para lograr la aprobación de la Congregación, pero esta tramitación se complicó inesperadamente, desde 1892.
En 1893, coincidentemente con el difícil momento que empezaban a atravesar en Roma, las Hijas de la Inmaculada, recibieron un pedido desde la Argentina, avalado por el arzobispo Aneiros, para que se hicieran cargo del Hospital Italiano de Buenos Aires. Cuando la Madre Fabiano vio que la institución estaba en serio peligro de no ser aprobada en Roma, comprendió que debía lanzar a algunas de sus hijas para cultivar el carisma en otras tierras. Con amplitud de miras, intuyó que su sobrina sostendría mejor al Instituto afianzándolo lejos, que defendiéndolo en Italia. La hermana Eufrasia Iaconis tenía 25 años y fue nombrada Superiora de un grupo que, con ella, sumaba ocho religiosas. El 2 de agosto de 1893, partieron de Roma para Génova y se embarcaron hacia Buenos Aires, adonde llegaron el 6 de setiembre. Cuando la Hna. Eufrasia Iaconis y sus religiosas comenzaron la misión en estas tierras, pensaron que nada obstaculizaría de fondo la tarea que habían venido a desempeñar en el Hospital Italiano. Sin embargo, pronto surgieron desentendimientos provocados por la posición antieclesial de la Comisión directiva de esa casa de asistencia.
Los problemas que se agudizaban en Roma, y que la Madre Eufrasia tenía que guardar con reserva en el corazón, le causaban profundo dolor, pero al mismo tiempo eran un acicate para su acción en América. La imagen que se iban formando los que la conocían, era la de una mujer de gran equilibrio, bondadosa, paciente y fuerte, que marchaba a la cabeza de sus hijas, arrastrándolas con la vivacidad de su ejemplo.
Un tiempo después, la comisión del Hospital Italiano de Santa Fe y colonias llamó a las Hijas de la Inmaculada, para que se encargaran de ese centro. En Roma, la Superiora General, Madre Fabiano, aceptó el pedido y, en setiembre de 1894, ya estaba en Buenos Aires un contingente de religiosas, algunas de las cuales viajaron a Santa Fe. Al año siguiente, se esperaba un tercer grupo de hermanas, para decidir sobre otro ofrecimiento en esa provincia, relacionado con el Asilo del Patronato de la Infancia.
Rápidamente, la Madre Eufrasia pasó a una segunda etapa de su Instituto: el asentamiento. Entre 1896 y 1899, creó las primeras obras propias. En Buenos Aires, el Noviciado y Colegio que, en poco tiempo, tuvieron su edificio propio en la calle Lavalle 3470. En Rosario, en el barrio Eloy Palacios, aceptó la invitación del obispo de Santa Fe, Mons. Boneo, para instalar una comunidad con la perspectiva de un futuro colegio, como se hizo. En Concepción del Uruguay, Entre Ríos, con el estímulo permanente de Mons. De la Lastra, la Congregación se ocupó de un asilo infantil, que luego les fue donado y se amplió con un colegio. Mientras tanto, por ofrecimiento de la esposa del presidente Sáenz Peña, la Madre Eufrasia aceptó hacerse cargo, en Buenos Aires, del nuevo Hospital de Belgrano, el Pirovano. También se iniciaron tratativas en Córdoba, con una comisión de señoras y con los representantes del obispo, Mons. Toro, para dirigir la Casa de Expósitos en esa ciudad.
Todo marchaba bien en la Argentina. No pasaba lo mismo con la Congregación en Roma. Una serie de acusaciones anónimas contra la Madre Fabiano, aunque refutadas por los veedores, minaron la fama de la fundadora y de su grupo. En 1900, fue enviada una visita canónica que informó contra la fundadora Fabiano, de lo cual se siguió la disolución de la Congregación, por decreto del 30 de enero de 1901. Ante esta situación, la Superiora General -obligada a dejar el gobierno-, llamó a Roma a su sobrina, Madre Eufrasia, para que tratara de salvar lo salvable. De acuerdo con el Internuncio y el Arzobispo, viajó sin comunicar a sus religiosas la noticia de la disolución. María Fabiano, antes de retirarse en silencio de su obra, la constituyó en depositaria de lo único y más precioso que sobrevivía intacto en el Instituto: el carisma.
Desde mediados de 1901 hasta agosto de 1902, mientras probaba la soledad romana, la Madre Eufrasia golpeó todas las puertas, meditó cada sugerencia y practicó al máximo su capacidad de gobierno, con tal de encontrar un modo de hacer revivir al disuelto instituto, su Congregación. Se avino a recomenzar desde otra forma, con otro nombre, retocando el hábito y las Constituciones. Tenía grabado a fuego en el alma, que lo que había dado forma a esa familia religiosa seguía intacto, y a ese carisma lo custodiaba en su corazón y en sus manos.
Corría 1902 cuando dio un primer paso pidiendo formar una congregación diocesana en la Urbe. Así surgieron en Roma, las Hijas de la Divina Madre, con la ayuda incondicional del Delegado para religiosas, Mons. Grazioli. Este grupo fue el atajo forzoso para poder desembocar en la fundación de una nueva congregación en la Argentina.
En nuestro país, el interés del internuncio Sabatucci se complementó con el apoyo del arzobispo de Buenos Aires, Mons. Espinosa, quien se dio cuenta de que la Madre Eufrasia estaba gestando algo valioso y profundo. El 31 de agosto de 1902, recién llegada de regreso, el Arzobispo la recibió con el Padre Vicente Gambón, S.J. Los tres coincidieron en la necesidad de dar estabilidad institucional al grupo de hermanas que estaban en cuatro diócesis argentinas. El panorama era difícil. Las religiosas sabían desde hacía poco tiempo, que la Congregación ya no existía y se debatían entre esta intemperie jurídica y los signos de vida irrefutables de las obras. Durante el año 1903, la Madre Eufrasia, junto con los trabajos de reorganización en la Argentina, intentó salvar por todos los medios a los grupos que habían quedado en Italia.
En ese lapso, el Arzobispo de Buenos Aires maduró la idea de una solución diocesana. Comunicado el proyecto de Mons. Espinosa a los obispos que tenían comunidades en sus diócesis, éstos delegaron sus facultades en el Metropolitano, con lo cual surgió la Congregación diocesana en Buenos Aires, aprobada el 24 de setiembre de 1904. Inicialmente fue llamada como en Roma; pero muy pronto, la Madre Eufrasia logró que el Arzobispo gestionara ante el papa Pío X, la autorización para usar el título de la primitiva Congregación. Lo recuperaron como estaba escrito en la súplica: Hijas de la Inmaculada Concepción.
En 1902, había sido inaugurado el edificio de la Casa Madre, con la capilla anexa, que inmediatamente se convirtió en el centro espiritual de la zona. Durante la nueva etapa institucional, la Madre Eufrasia tuvo que considerar los pedidos de otras diócesis. Hacia marzo de 1903, una comunidad de cuatro hermanas asumió el Asilo Maternal Nuestra Señora de Guadalupe, de Santa Fe, fundado por Mons. Boneo. En el mismo año, compró un terreno en Concepción del Uruguay, para el futuro colegio Sagrado Corazón de Jesús. También en ese año, recibió una donación en Córdoba, donde surgiría el colegio Nuestra Señora de Nieva. Más tarde, en 1904, la Madre Eufrasia viajó nuevamente a Santa Fe y comenzó la construcción de la casa propia para el Asilo maternal.
Cuando llegó el año 1911, la Madre vio con claridad que el incremento de las obras y de las propiedades -con todo el trabajo apostólico que implicaban-, no estaba acompañado en la misma proporción por el crecimiento vocacional. Reza, reflexiona, busca consejo. En ese mismo año, partió para el norte de Italia, acompañada por la Hna. Estanislada Tognoni, muy apta por sus condiciones y por su conocimiento de ese ambiente italiano, donde se había educado. Sólo leyendo detenidamente las cartas de la Madre, se puede reconstruir el sufrimiento, la soledad y las incertidumbres de ese viaje. Finalmente, un párroco de Milán, les solicita que se hagan cargo de un Oratorio festivo. Era la circunstancia esperada, porque de ahí se siguió el permiso del cardenal Andrés Ferrari, para la deseada fundación. La Madre Eufrasia, concreta como siempre, enseguida comienza a averiguar sobre casas o terrenos para su compra, y así, en un segundo viaje, inicia el Noviciado. Entre las aspirantes, vio llegar a Josefina De Micheli, que tomó el nombre de Hna. Pierina y de la cual, en Italia, ha sido introducida la causa de canonización. Fue la propagadora de la devoción al Divino Rostro de Jesús.
La cima del Calvario se avecina para la Madre Eufrasia. En Milán, hacia el 1914, comienzan lo síntomas de su enfermedad, que se sigue agravando cuando vuelve a Buenos Aires. Pero la Madre no se detiene ante los trabajos que requiere la Congregación. Sabe que tiene poco tiempo para traducir a sus hijas, toda la capacidad del carisma. Su entrega es total: a Dios y a sus hermanos, hasta en los mínimos detalles.
El 2 de agosto de 1916, en el Hospital Pirovano -donde había sido internada algunos días antes-, la Madre Eufrasia Iaconis murió rodeada de sus hijas y de varios sacerdotes. Su velatorio, el funeral solemne y el entierro pusieron de manifiesto el cariño y la admiración a esta religiosa excepcional, como lo escriben algunas hermanas: Varias personas nos acompañaron hasta el Colegio, quedando admiradas por haber presenciado una manifestación tan elocuente de sentimiento y de dolor…y no puede ser menos, pues gozaba de la simpatía general y todos miraban en ella virtudes no comunes /…/ Aunque algunas entre Uds. no hayan tenido la dicha de tratarla, sin embargo por la fama de sus virtudes habrán llegado a conocerla y a estimarla.
El arzobispo Espinosa, que había escrito en 1911 al cardenal Ferrari, de Milán, diciéndole que la Hna. Eufrasia era una santa religiosa, con motivo de la muerte lo testimonia otra vez a una hermana: …/ella/ que tanto me quería y a quien yo también estimaba mucho, como que era una santa religiosa y hacía tanto bien a su Congregación.
La Madre Eufrasia es modelo de mujer fuerte, que siguió el ritmo del Espíritu. Con mirada que trascendía lo inmediato, avizoró que el lugar de las Hijas de la Inmaculada Concepción era la Argentina, donde el vía crucis de las circunstancias las colocó, y en cuyo seno la Iglesia local las recibió definitivamente, a comienzos del siglo xx.
